Por: Helena Fadul
El
Führer del III Reich veía en ella la imagen ideal de la mujer aria, aquella que
podía izar su bandera de perfección de
la raza, el ejemplo a seguir de una nación
pura, que exigía acabar con el
libertinaje de la mujer de los locos años 20 en una Europa desaforada.
En
1938, Magda Goebbels, la esposa del Ministro de Propaganda de la Alemania Nazi, Joseph
Goebbels, no solo aspiraba a convertirse en la Primera Dama de la Nación (situación que la
enaltecía aún más, ya que Hitler era soltero), también fue la primera mujer en
recibir “La Cruz de Honor de la
Madre Alemana”, como premio por sus 7 hijos aportados a la patria de la
perfección: guardiana de la raza superior, deber de procreación, buenas costumbres, ama de casa; alta, rubia,
atlética y saludable.
Sinónimo de hijos rubios, sanos y vigorosos que regenerarían la etnia caucásica, la perfecta para la
Alemania nazi. Tal fue su apasionamiento por el Führer, que los nombres de
los 6 hijos que tuvo con Goebbels iniciaban con la H: Helga,
Hildegard, Helmut, Holdine, Hedwig y Heidrun.
Sin
embargo, en su yo interno, Magda mostraba una dualidad entre cumplir con los
preceptos de su amor apasionado, enfermizo e incondicional hacia el III Reich y su impetuosa, salvaje e irrestricta negación
a abandonar su imagen glamurosa,
apoyada en la exquisitez banal de la
moda, especialmente en sus costosos zapatos de diseñador que borraban en un
instante su origen como hija de una criada.
Mientras la mayoría de las mujeres europeas a finales de los 30 fueron obligadas por la guerra y por la orden de “Limitación de Suministro”, a transformar la ropa de hombre en trajes de mujer estilo sastres; a dejar de utilizar las fibras naturales y pieles y utilizar en cambio la viscosa y el rayón, que también
agotaron su inventario a medida que la guerra se extendía cual melcocha elástica; mientras fueron obligadas a ver la lona como un material más importante que la seda, por su resistencia en campos de
batalla, Magda Goebbels tuvo el privilegio de lucir como la trendy del III Reich, gracias a los vestuarios incautados a las mujeres pudientes de la raza judía. A través de ella, Hitler cumplía con su propósito de convertir a Berlín en eje mundial de la Moda, desplazando a una Francia
cuyos diseñadores se exiliaron a causa de la guerra.
A
partir de 1943, Alemania empezó a sufrir las mismas carencias que tuvieron los
demás países; nunca se imaginaron que fuera tan larga la batalla. La moda
militar mandaba la parada porque a raíz de la guerra las mujeres tuvieron que
ocupar los cargos de los hombres que estaban en trincheras. Y largos fueron los
días para la perfecta Aria, Magda Goebbels, quien se negaba a bajar de su altar
y de sus tacones. No quería imaginar tener que maquillar sus piernas semejando las medias de nylon que, por causa de la
terrible escasez, las mujeres tuvieron que aprender a reemplazar por empaste de
color y dibujar con perfección
habilidosa la vena posterior de la costura que las caracterizaba.
A
raíz del suicidio de su amo y señor
Hitler junto a su amante Eva Braun -convertida en
esposa de última hora-, un día
después, el 1 de mayo de 1945, Magda, en un arrebato patriótico y de supuesto
honor, envenena a sus hijos y de paso,
se suicida junto a su esposo. Con
antelación ordenan a sus subalternos que
sus restos sean incinerados para no ser
exhibidos como trofeos de derrota y no
ser expuestos a la burla de unos opositores triunfadores.
No
sólo sus cenizas terminaron en una alcantarilla o en el río Elba, aún no está claro; sólo sabemos que sus
mejores atuendos fueron
objeto de deseo de aquellas mujeres que tuvieron que resignarse con la lona, las cortinas
y los vestidos viejos de hombres, sus únicos recursos para lucir dignamente en
una Segunda Guerra Mundial que jamás imaginaron vivir. Adiós
a la Trendy Magda Goebbels, reina y señora de la Moda Nazi.
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