lunes, 19 de octubre de 2015

Conversaciones Imposibles


por Catalina Huertas
En sueños se encontraron…

Karl Lagerfeld: Sueño tanto con esta marca que no es normal, es mi pasión y mi obsesión… pero nunca, que me acuerde, te había encontrado aquí.

Gabrielle Chanel: Te he estado viendo desde otro mundo, uno lleno de perlas, cuadrados a blanco y negro, diamantes y estrellas fugaces, leones salvajes, un lugar que creé en vida y vivo en esta otra.

Karl: Suena realmente como un sueño…

Gabrielle: Lo es realmente, y ¿sabes qué? Con los diseños que creas en sueños alimentas esta vida que vivo yo ahora.

Karl: No entiendo bien, quieres decir que al soñar compartimos un mundo, ¿y hasta ahora lo vengo a saber?

Gabrielle: Hasta ahora lo vienes a entender, estoy segura que muy adentro tuyo sabes que esto que sueñas es mas tu imaginación… es una conexión muy personal que tenemos dos almas tan parecidas como la tuya y la mía.

Karl: Siempre quise creer que detrás de todo esto seguías tu, pero a veces dudaba…

Gabrielle: ¿Cómo puedes dudar? Si guardas mi esencia en cada vestido que diseñas, en cada pasarela que creas, en cada modelo que escoges.

Karl: Claro, pero tu identidad, tu ADN siempre fue muy claro, tus gustos siempre fueron específicos… tu paleta de colores: el negro, el blanco, mis dos favoritos…

Gabrielle: (interrumpiéndolo) Igual los míos…

Karl: (siguiendo) El beige, el rojo, el dorado. El león, que aunque no sea mi signo el leo creo que es un animal majestuoso, y que aun siendo macho representa esa fortaleza que le brindaste a las mujeres

Gabrielle: Como me entiendes…

Karl: Y las estrellas, las perlas, el brillo… clave en la esencia de toda mujer, demuestra su fortaleza y su feminidad.

Gabrielle: ¿Y entonces? ¿Qué dudas?

Karl: Que todo esto es un legado que nos dejaste, fuiste muy clara con tus gustos, tus sentimientos y pensamientos, lo que hago yo es interpretarlo y seguir con tu brillantez…
Gabrielle: No haces solo eso… me entiendes. Somos almas iguales, sentimos igual, aunque no estoy ahí para dirigir la marca que creé, gracias a ti he sobrevivido a través de los años.

Karl: Pero ahora que lo dices, sigue siendo gracias a ti, me has ayudado en cada paso, ¿no es eso o que quieres decir?

Gabrielle: ¿Cómo crees? Puedo llevarme el crédito de revolucionar el vestirá femenino, liberarla del corsé,  crear Chanel y todos los elementos que me representaron y lo siguen haciendo.

Karl: Por eso…

Gabrielle: Pero déjame terminar… no me puedo llevar el crédito de traer todo eso que fue una época, un momento, un instante perfecto de cambio en el mundo al presente que vives hoy. Si te soy sincera, viendo el mundo como es ahora, creo que me costaría seguir trayendo mi esencia en cada pieza de cada colección.. por eso dejé que hoy en tus sueños me vieras, quiero agradecerte.

Karl: ¿Pero de qué? Si todo lo que hago eres tu…

Gabrielle: Porque combinas mi pasado con un presente tan diferente y aun así logras devolverme a esa vida con cada creación. Porque me entiendes aunque ya no esté, porque aunque hoy vivo en un mundo de sueños que alguna vez cree en esa vida, mi mundo se alimenta cada día con tus sueños y me das esperanza de un futuro que alguna vez quise crear, de un futuro que imagine, de un legado que dejé. Alimentas este mundo con tus cabarets, tus supermercados modernos, tus leones y tweeds gigantes, tus jardines futuristas… le das diversión a mi mundo con un casino de súper estrellas, de novias modernas, de mujeres e iconos que representan esa fortaleza que siempre soñé en darle a las mujeres…

Karl: Ahora solo me apenas, y me llenas de felicidad y orgullo…

Gabrielle: Sólo quiero que sepas hoy, que esa conexión que sientes conmigo, también la siento yo. Que en cada nueva pasarela estoy tomándome un café, haciendo el mercado, caminando en la huelga, jugando al póker y sobre todo, sintiéndome infinitamente orgullosa porque se que nadie lo hubiera podido hacer mejor que tú.

Karl: Cuanto tiempo quise reencontrarte y decirte…



Y así Karl despertó de un nuevo sueño, y raro en él, nunca lo comentó. 

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viernes, 9 de octubre de 2015

Yo: Nijinsky el genio y el demente


por Saía Rivera
El camerino era sofocante, faltaban cinco minutos para salir en escena pero yo sentía que eran cinco segundos y esto lo digo porque era la primera puesta en escena con mi propia compañía así que no podía fallar, era en ese momento un cuerpo con sangre hirviendo, huesos pesados, venas inflamadas y piel de vidrio. La ansiedad se apoderaba de mí, yo sabía que era un genio, el dios de la danza, imparable, insaciable y perfecto  pero sabía también que mi cordura se estaba cayendo a pedazos, se estaba quebrando como una vajilla rota que yo trataba de contener y recuperar y sin embargo su caída sería el inminente final.
Decidí ir a ensayar mis pasos al salón del lado, empecé por hacer saltos, eran mis saltos, esos que el público aplaudía sin cesar y que yo sabía, eran perfectos, incluso en ese momento, cuando los hacía fuera de escena. Salté una y otra vez porque sabía que la perfección no terminaba ahí, podrían ser aún mejores. Sentía como mi mente se desgastaba pensando en que jamás alcanzaría la perfección. La perfección es  bella, singular, la ausencia de todo aquello que causa disonancia en las mentes pero creo que el punto de quiebre fue el momento en el que me di cuenta que la perfección existe sólo para contemplarla, sólo que aún no era el momento para dejar a esa realidad entrar en mí, era demasiado cobarde y ególatra  para hacerlo, así que ahora era momento de perfeccionar mis giros, rocé las puntas de mis pies contra la fría y áspera madera, de manera insaciable. Tras un lapso de tiempo, que hasta el día de hoy no logro descifrar cuantos segundos, minutos o incluso hasta horas fueron, empecé a sentir como se desgastaban mis dedos, era cuestión de segundos para que empezara a sangrar, entonces paré.
Pienso  que sería oportuno describir mi traje, porque él lograba hacerme sentir en escena como la enfermedad lo empezaba a hacer todos los días de mi vida. Tenía mangas hasta debajo del hombro, que aprisionaban mis brazos, no estaba seguro del material pero me atrevo a decir que era seda, majestuosa seda de color turquesa, tenía bordados en la parte superior, eran en diferentes formas, triángulos, líneas, cortes de círculos, y sólo el hecho de ver las formas me confundía, a decir verdad así me hacía sentir mi perdida de cordura: en un laberinto lleno de incógnitas que solo me confundían. Posteriormente tenía una especie de cinturón pero no era de cuero, era de un textil elástico que sujetaba mi cintura y una brillante y pesada hebilla de metal, era tal la presión que ejercía que me producía nauseas. En la parte inferior el traje era suelto y caía en forma de A, dejando una sensación de abandono y descubrimiento. Así se sentía la esquizofrenia, en un principio  sofocación,  presión y  desesperación, luego y finalmente la caída sin reversa al abismo.

La puesta en escena ya había comenzado y tenía memorizado el tiempo que tomaba cada acto, y sabía  que era mi momento, tomé las escaleras hacia abajo y mientras lo hacía pensaba que tal vez la genialidad traía consigo la locura, pensaba que era irremediable y no lucharía contra mi enfermedad, sólo me entregaría a ella. Llegué al escenario pero las luces estaban apagadas y no lograba ver nada, tampoco podía escuchar las partituras de Stravinsky, todo era una espesa y pesada oscuridad.

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Vaslav Nijinsky. RussianBalletIcons.com -La Vanguardia Bercelona, 12 agosto del 2014
http://www.lavanguardia.com/local/barcelona/20140812/54412887019/cambo-salvador-nijinsky.html

martes, 6 de octubre de 2015

Clase, papel e idiosincrasia



Por Sofia Mosquera

Como bien lo especifiqué en mi ensayo “ Class Publications”, un editor de clase hace todos los intentos posibles para que su publicación no caiga en manos de un lector casual,  para que literalmente le genere descontento agarrar cierto tipo de revista en una tienda. Ese cierto de tipo de revista es Vogue y yo Condé Nast, soy su publicista.

Muchos critican mi postura elitista de exclusión a aquellos públicos en los que no estoy interesado, sólo en aquellos en que fijo mi interés, y me dará usted la razón. Entré a trabajar en Vogue en el verano pasado y cuando circulo algo me gusta apuntar a la clase alta, motivo por el cual Vogue pasó de costar 10 centavos a 14 centavos, y en la mañana siguiente habían incrementado las ventas. Cada vez que paso por la Quinta Avenida observo a una mujer muy glamurosa, con un cierto estilo oriental en sus prendas, que precisamente con esta simplicidad demuestra su lujo en las calles neoyorquinas, pero en uno de mis viajes a Inglaterra realmente asocié el estilo de la mujer inglesa con la ciudad que es cuna de la monarquía, y entre más recorría barrios como Kensington, Chelsea, Belgravia, y Hampstead  notaba que aquellas las mujeres que salían a pasear a sus perros, que sacaban sus coches,  que iban de compras, coincidían con un forma particular de vestir que determinaba la clase, sus posesiones, su nombre de familia e invocaban lo que una mujer americana debía tener en su guardarropas.

Ahí lo veía, eran los “must” de toda mujer elegante, glamurosa, recatada, astuta, preocupada por su imagen ante la sociedad, estatus y sobretodo sensible  hacia la moda. Era el comienzo de lo que iba a ser una biblia con estilos condensados en tinta e ilustraciones, además el entorno político y cultural hacían parte de ese dinamismo que percibía, comprendía a una mujer que sabía que estaba entreguerras, y por lo tanto, lucir bien para el trabajo, para su familia y para ella misma eran sus objetivos. British Vogue fue la respuesta a lo que sería el manual de una chica americana y los mares de la Primera Guerra Mundial tenían muchas restricciones para circular la Vogue Americana, una revista que mostrara nobleza y moda fue la solución perfecta.

El imperio que todos comenzaban a admirar se estaba constituyendo Condé Nast Publications, y sé que la innovación era mi éxito; podrías encontrar muchas de mis lectoras haciendo transacciones ambiciosas de prendas, o como yo lo llamaba  Sale and  Exchange, un pequeño negocio que causó el furor suficiente como para generar más apego emocional a la revista, muy gratificante de verdad. Seamos sinceros, es verdad que todos somos iguales ante la Ley, pero no es lo mismo un papel de la clase baja, porque es claramente algo muy débil, en comparación con uno bueno, y no nada más valioso en el mundo de la publicidad. Lo que hice fue hacer de Vogue el tema de conversación en un café.

Recuperado de
El altillo antaño, por Sofia Mosquera, 2 de octubre 2015