martes, 6 de octubre de 2015

Clase, papel e idiosincrasia



Por Sofia Mosquera

Como bien lo especifiqué en mi ensayo “ Class Publications”, un editor de clase hace todos los intentos posibles para que su publicación no caiga en manos de un lector casual,  para que literalmente le genere descontento agarrar cierto tipo de revista en una tienda. Ese cierto de tipo de revista es Vogue y yo Condé Nast, soy su publicista.

Muchos critican mi postura elitista de exclusión a aquellos públicos en los que no estoy interesado, sólo en aquellos en que fijo mi interés, y me dará usted la razón. Entré a trabajar en Vogue en el verano pasado y cuando circulo algo me gusta apuntar a la clase alta, motivo por el cual Vogue pasó de costar 10 centavos a 14 centavos, y en la mañana siguiente habían incrementado las ventas. Cada vez que paso por la Quinta Avenida observo a una mujer muy glamurosa, con un cierto estilo oriental en sus prendas, que precisamente con esta simplicidad demuestra su lujo en las calles neoyorquinas, pero en uno de mis viajes a Inglaterra realmente asocié el estilo de la mujer inglesa con la ciudad que es cuna de la monarquía, y entre más recorría barrios como Kensington, Chelsea, Belgravia, y Hampstead  notaba que aquellas las mujeres que salían a pasear a sus perros, que sacaban sus coches,  que iban de compras, coincidían con un forma particular de vestir que determinaba la clase, sus posesiones, su nombre de familia e invocaban lo que una mujer americana debía tener en su guardarropas.

Ahí lo veía, eran los “must” de toda mujer elegante, glamurosa, recatada, astuta, preocupada por su imagen ante la sociedad, estatus y sobretodo sensible  hacia la moda. Era el comienzo de lo que iba a ser una biblia con estilos condensados en tinta e ilustraciones, además el entorno político y cultural hacían parte de ese dinamismo que percibía, comprendía a una mujer que sabía que estaba entreguerras, y por lo tanto, lucir bien para el trabajo, para su familia y para ella misma eran sus objetivos. British Vogue fue la respuesta a lo que sería el manual de una chica americana y los mares de la Primera Guerra Mundial tenían muchas restricciones para circular la Vogue Americana, una revista que mostrara nobleza y moda fue la solución perfecta.

El imperio que todos comenzaban a admirar se estaba constituyendo Condé Nast Publications, y sé que la innovación era mi éxito; podrías encontrar muchas de mis lectoras haciendo transacciones ambiciosas de prendas, o como yo lo llamaba  Sale and  Exchange, un pequeño negocio que causó el furor suficiente como para generar más apego emocional a la revista, muy gratificante de verdad. Seamos sinceros, es verdad que todos somos iguales ante la Ley, pero no es lo mismo un papel de la clase baja, porque es claramente algo muy débil, en comparación con uno bueno, y no nada más valioso en el mundo de la publicidad. Lo que hice fue hacer de Vogue el tema de conversación en un café.

Recuperado de
El altillo antaño, por Sofia Mosquera, 2 de octubre 2015

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