Por
María José Giraldo
La portada de la revista Vogue en mayo de 1909, aunque ni siquiera
Vogue lo sabe, fue dedicada
exclusivamente a la madre del ilustrador, J. Allen St. John en un intento de
devolverle la sonrisa. Esta es la historia detrás de la ilustración.
-¿Pero por qué no me respondes? Yo se que
eres tu – le decía Susan Hely al pavo real de su excéntrico vecino cada vez que
este lograba escapar el cerco de árboles de su propiedad y colarse en su
jardín. Si, la madre de St.
John estaba un poco loca, nadie que esté en sus cabales espera una respuesta de
un pavo real. A veces hasta ella misma lo reconocía pero esto no era nada más
que su propia elección, prefería hablar con pavos reales que vivir en la
realidad.
El señor St. John padre había muerto
algunos años atrás. Josephus
era un médico apasionado y en un intento por curar de una contagiosa y mortal
enfermedad a uno de sus pacientes, el también había caído enfermo. Susan admiraba el orgullo y la
elegancia de su esposo, pero sobre todo su nobleza y en este momento de
enfermedad nada le dolía más que haberlo abandonado tantos años para ir a
estudiar arte a París, llevándose a su hijo de ocho años. ¿Cuántos años se
había perdido de la compañía de su esposo? y sin embargo él la había recibido con
amor a su regreso.
Susan llevaba el arte en sus venas, venía
de una familia de artistas y ella también lo era. Tenía un espíritu libre, como
su esposo, quién no podía conformarse con la rutina diaria de trabajar y cuidar
a su familia. Era esto lo que más le dolía a la madre de St. John, verlo en una
cama sin poder casi hablar cuando sabía que su deseo era pararse y recorrer la
ciudad, como era habitual. Pero
la mente de Josepus ya no estaba en Chicago, estaba en otras ciudades que
vivían en su imaginación y que a veces describía en medio de alucinaciones, en
algunas ocasiones hablaba también de sus plumas tornasol, como si ya no
estuviera ni siquiera en su propio cuerpo.
Durante los últimos meses de su
enfermedad, Susan se dedicó a plasmar lo que se imaginaba sería el mundo en el
que ahora vivía su esposo. Lo pintaba en ciudades desconocidas, en bosques,
calles, restaurantes, parques… en los lugares donde él hubiera querido estar, o
donde quizás estaba su mente.
En abril murió en Dr. Josephus. Susan confirmó
sus sospechas en caso de que su esposo muriera y perdió la cordura, por mucho
tiempo solo lloraba y pintaba a Josephus en su casa con la esperanza de
sentirlo ahí, hasta que en ella empezó a crecer una idea: ¿qué tal que no
hubieran sido alucinaciones? ¿y si su esposo si estaba en una ciudad paralela
reencarnado en un cuerpo de plumas tornasol? Se dedicó entonces a interrogar a
todos los pavos reales que encontraba, aunque no eran muy comunes tenía la
fortuna de tener un vecino excéntrico con una cantidad absurda de mascotas
exóticas entre las que estaba el pavo real que a veces se colaba en su jardín.
La búsqueda de su padre en el cuerpo del pavo real del vecino y las largas
sesiones de interrogación atormentaban a St. John, le dolía ver como su madre
quería desesperadamente solo un ultimo encuentro con su padre y esperaba una
señal por su parte. ¿Qué podía él hacer si ya había luchado contra la locura de
la mujer y nada la convencía de que no iba a volver a ver a su esposo?
Susan Hely era desde hacía diez años una
fiel lectora de Vogue, y ni siquiera la pérdida de la cordura había acabado con
la costumbre de sentarse en su jardín todas las tardes con una taza de té negro
para leer la revista. Su
hijo era ya un reconocido ilustrador y se había acordado que ilustraría la
portada para el mes de mayo de la revista que su madre leía todas las tardes
una y otra vez. Para este entonces, cinco años después de la muerte de su
padre, ya se había encariñado con la locura de su madre y en vez de luchar
contra ella quiso darle la señal que tanto había estado esperando por parte de
Josephus.
Cinco años y un mes después de su muerte,
en la portada de Vogue, Susan vio a su esposo en un cuerpo de pavo real sobre
un reloj de arena detrás de
la puerta de una de las ciudades imaginarias de las que hablaba y se vio a ella
misma, unos años más joven usando su vestido favorito para encontrarse por
última vez con su amor.
Bibliografía:
Dreher, Anne Marie, Proud as a Peacock,
UMI Microform, Wyoming, 2008
Webgrafía:
Anónimo, J.
Allen St. John, recuperado de http://www.erbzine.com/mag6/0602.html,
2012.
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