miércoles, 9 de julio de 2014

Rosas de diamante, lazos y alpargatas








María José Giraldo

“Si una mujer perfectamente extraña se te acercara en la calle y te preguntara “¿por qué no viajas con una pequeña cobija de cashmere color frambuesa para envolverte en ella en hoteles y trenes?” Las posibilidaes son que te voltearas con dignidad y la golpearas con una botella”

Así empezó S. J. Perelman su ácida parodia sobre mi columna Why Don´t You que nació hace veinte meses en Harper’s Bazaar. Carmel Snow, mi editora, es la más enfurecida e indignada con el artículo de Perelman para The new Yorker y no deja de preguntarme por qué no puedo parar de reirme cuando lo leo. La verdadera respuesta a esta pregunta es que yo sé algo que ella no sabe y que no me deja hacer otra cosa más que reírme cuando pienso en el relato de Perelman dentro de su tan leída parodia que lo único que ha hecho es popularizar mi columna, y es que dicen que no existe tal cosa como la mala publicidad.

S. J. Perelman es una persona extraña, a pesar de ser humorista es increíblemente amargo, uraño y casi nunca sale de su granja en Pensilvania, no le gusta llamar la atención y pocas veces hace algo fuera de la rutina. Es gracias a esto que casi sin ningún esfuerzo el autor convenció a sus lectores de que las embarazosas historias que cuenta en su artículo sobre cómo siguió las sugerencias de Why Don´t You son ficticias y simplemente tienen el próposito de parodiar más gráficamente lo que pasaría si alguien tomara en cuenta mis alocados consejos.

La granja de Perelton queda en el Condado de Bucks, un lugar pequeño y callado del que nunca se oye nada en Nueva York y no despierta ningún interés entre nosotros, mi amiga Eva  es quizás una de las pocas Neoyorkinas que tiene nexos con ese lugar. Hace unos meses me contó cómo un loco, según ella, había seguido mi sugerencia de la última columna “¿Por qué no experimentas el efecto de rosas de diamante y lazos en tu cabeza, como los usa Garbo cuando se despide de Armand en su casa de campo?”

Efectivamente, Perelton salió ese día a la oficina postal con una cantidad de rosas de diamantes y lazos apilados en su cabeza y las combinó con sus más elegantes alpargatas. Todo salió bien considerando que este era un pueblo Amish.  Sólo fue atacado con lechugas por una señora y perseguido por un curandero del que tuvo que esconderse toda la noche en un sauce para después volver a su granja en la madrugada pasando desapercibido.  Tardó varios meses en conocer al pueblo de que tenía un hermano gemelo extremadamente rico pero un poco demente.

Perelton no entendió el mensaje: mientras más extravagante, más liberador. Mis sugerencias no son para todo el mundo. El pobre estaba tan furioso de haber visto frustrado su único intento de salir de su amargura que decidió culparme a mi y escribir su parodia, cuidándose de que si alguna vez nacía un rumor acerca de su embarazosa expedición a la oficina postal, la gente pensaría que había sido él mismo quien lo había empezado con su relato “ficticio” en The New Yorker.

¿Qué le diría sobre su tan sentida parodia? “Nada mejor que una mascota para curar la amargura. Para ti que te gusta mantenerte en lo seguro, tendría también una sugerencia: ¿por qué no te compras un gato y lo llamas Gato para no correr riesgos? “

Webgrafía
·      Aaron Gell, A Godess in the Family, recuperado de http://online.wsj.com/news/articles/SB10000872396390443855804577601283717949226, 23/08/2012.
·      Lisa Immordino Vreeland, Diana Vreeland’s Secrets, recuperado de http://www.harpersbazaar.com/culture/features/diana-vreelands-secrets-0912, 17/08/2012.

Bibliografía

·      S. J. Perelman, Frou Frou or the Future of Vertigo, The New Yorker, Noviembre 1994, página 246 – 247.

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