lunes, 14 de abril de 2014

Los cucos


Por: Maria Camila Luna Muriel




Todo mi vida, desde que tengo memoria, he sufrido de un insoportable síndrome de dramatismo, “sobredramatismo”, y digo síndrome porque de corazón creo que podría llegar a ser una enfermedad crónica. Para mi pesar tengo una mamá que es todo lo contrario, para ella todo es voluble, sin trascendencia; en su mundo no existe la exageración ni la hipérbole, y en mi mente ella es la causa de todos mis dramas.

Dicen que el ser humano empieza a crear recuerdos desde los 5 años, pero creo que para mi en realidad fue antes, el primer día de colegio. Ese día salí de mi casa en la ruta escolar con el corazón en la mano y los ojos a punto de estallar, mi mamá decidió no llevarme al colegio ese día tan importante para todos los niños,  pues le pareció que tenía que afrontarlo sola ( o de pronto sólo tenía mucho sueño), pero la única que pensaba eso era MI mamá, pues los otros niños contaban con la compañía y consuelo no sólo de su mama, si no también de su papá, o de sus hermanos mayores.
Cuando ya por fin todos los padres se marcharon y yo ya me sentía en condiciones más igualitarias a los otros niños, mi día parecía mejorar, pero sólo parecía. Tras romper la barrera de la vergüenza para pararme, hablar y pedir permiso para ir al baño, en un idioma que todavía no entendía, que sólo repetía porque sabía que si pronunciaba eso me amarraban lo cordones o podía ir al baño.
El caso es que fui al baño y ¡Oh sorpresa! no tenía mis cucos y en mi mente de niña introvertida de 4 años las conclusiones fueron rápidas, me los habían robado. Tenía tanto estrés acumulado, mocos y lágrimas que no pude, estallé cuando vi que no tenía mi ropa interior, como una magdalena llegué a donde mi directora Julia a decirle que me habían robado los calzones. Cuando, en medio de mi drama y mis mocos chorriantes, logró entenderme el escándalo fue tal que en vista de que mi mamá no aparecía por ningún lado llamaron a mi tía Yaya, quien fue hasta el colegio para calmarme y aclarar el asunto. Pasaron horas, en verdad fue el día más largo de mi vida, y nadie lograba entender cómo no me había dado cuenta del hurto, cuando de repente suena el teléfono. Por fin aparecía mi mamá! Cuando le contaron la historia soltó una carcajada que yo alcancé a escuchar y su respuesta fue que no nos preocupáramos, que había amanecido tan dormida que se le había olvidado vestirme bien.

Tanta fue la vergüenza que sentí que no quise volver al colegio en una semana ni hablarle a Gloria (mi mamá), cosa que a ella  no le importó mucho. La pena me había enfermado y mi mamá, como cosa rara, no me llevó al médico y yo, como cosa rara,  me automediqué. Porque sí, desde los 4 años (quizás antes) yo siempre he sabido qué tengo así no vaya al médico: hipoglicemia, anemia, la presión alta. El punto es que a pesar de mi personalidad hipocondriaca esta vez sí me había enfermado pues tal era el trauma que dejé de querer ir al baño y me dio una infección urinaria.


Esta anécdota es el reflejo de lo que han sido mis 21 años de vida y aunque pareciera que mi mamá fuera la mujer más desprendida y yo la más incomprendida, no conozco mejor mujer que mi mamá, que me ha dejado momentos probablemente frustrantes, pero que también hoy en día son historias que me sacan las más grandes y largas risas. Esta es la definición de mi vida: un constante drama y una constante risa de lo que nunca fue un drama.

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