Por: Maria
Camila Luna Muriel
Todo mi vida, desde que tengo memoria, he sufrido de un
insoportable síndrome de dramatismo, “sobredramatismo”, y digo síndrome porque
de corazón creo que podría llegar a ser una enfermedad crónica. Para mi pesar
tengo una mamá que es todo lo contrario, para ella todo es voluble, sin
trascendencia; en su mundo no existe la exageración ni la hipérbole, y en
mi mente ella es la causa de todos mis dramas.
Dicen que el
ser humano empieza a crear recuerdos desde los 5 años, pero creo que para mi en
realidad fue antes, el primer día de colegio. Ese día salí de mi casa en la
ruta escolar con el corazón en la mano y los ojos a punto de estallar, mi mamá decidió no llevarme al colegio ese día tan importante para todos los
niños, pues le pareció que tenía que
afrontarlo sola ( o de pronto sólo tenía mucho sueño), pero la única que
pensaba eso era MI mamá, pues los otros niños contaban con la compañía y
consuelo no sólo de su mama, si no también de su papá, o de sus hermanos mayores.
Cuando ya por
fin todos los padres se marcharon y yo
ya me sentía en condiciones más igualitarias a los otros niños, mi día parecía
mejorar, pero sólo parecía. Tras romper la barrera de la vergüenza para pararme, hablar y pedir permiso para ir al baño, en un idioma que todavía no entendía, que sólo repetía porque sabía que si pronunciaba eso me amarraban lo cordones o podía ir al baño.
El caso es
que fui al baño y ¡Oh sorpresa! no tenía mis cucos y en mi mente de niña
introvertida de 4 años las conclusiones fueron rápidas, me los habían robado.
Tenía tanto estrés acumulado, mocos y lágrimas que no pude, estallé cuando vi
que no tenía mi ropa interior, como una magdalena llegué a donde mi directora
Julia a decirle que me habían robado los calzones. Cuando, en medio de mi drama y mis mocos chorriantes, logró entenderme el escándalo fue tal que en vista de que mi mamá no aparecía por
ningún lado llamaron a mi tía Yaya, quien fue hasta el colegio para calmarme y
aclarar el asunto. Pasaron horas, en verdad fue el día más largo de mi vida, y
nadie lograba entender cómo no me había dado cuenta del hurto, cuando de
repente suena el teléfono. Por fin aparecía mi mamá! Cuando le contaron la
historia soltó una carcajada que yo alcancé a escuchar y su respuesta fue que no
nos preocupáramos, que había amanecido tan dormida que se le había olvidado
vestirme bien.
Tanta fue la
vergüenza que sentí que no quise volver al colegio en una semana ni hablarle a
Gloria (mi mamá), cosa que a ella no le importó mucho. La pena me había
enfermado y mi mamá, como cosa rara, no me llevó al médico y yo, como cosa rara, me automediqué. Porque sí, desde los 4 años (quizás antes) yo siempre he sabido qué tengo así no vaya al médico: hipoglicemia, anemia, la presión alta. El punto es que a pesar de mi
personalidad hipocondriaca esta vez sí me había enfermado pues tal era el
trauma que dejé de querer ir al baño y me dio una infección urinaria.
Esta anécdota
es el reflejo de lo que han sido mis 21 años de vida y aunque pareciera que mi
mamá fuera la mujer más desprendida y yo la más incomprendida, no conozco mejor
mujer que mi mamá, que me ha dejado momentos probablemente frustrantes, pero que
también hoy en día son historias que me sacan las más grandes y largas risas.
Esta es la definición de mi vida: un constante drama y una constante risa de lo
que nunca fue un drama.
No hay comentarios:
Publicar un comentario